domingo, 10 de mayo de 2015

Pregón del XXV Aniversario


Pregón XXV aniversario Cofradía de la Vera Cruz

Por: Manuel García Cienfuegos
2/V/2015. Iglesia parroquial de San Gregorio Ostiense

DEDICATORIA
A los hermanos de la Vera Cruz,
en la gozosa efeméride del  XXV aniversario de su primera estación de penitencia


Como una sola voz, enronquecida,
se iba oyendo la saña, la locura.
¿Qué respuesta daría tu dulzura
a ese fragor haciéndote otra herida?

Tu mirada, doliente y conmovida
qué flor más enraizada de ternura,
qué faro destacando tu figura,
dejaste en el tumulto detenida.

Y para más contraste a la demencia,
al odio y al estruendo del gentío,
respondiste además, tras la mirada,

con otro gesto de tu gran paciencia:
tu silencio, Señor, qué desafío,
qué modo de decir sin decir nada.

María de los Reyes Fuentes

POR EL MADERO SECO A LA VIDA

Los vientos de mayo peinan, bajo la emoción íntima, estirando las horas y trayendo, en sus atardeceres, los sueños. Mayo, en su gozo, trae estos días, esta memoria que descorren las cerraduras para que lleguen los orígenes y los recuerdos que ha ido labrando el tiempo.
Este mayo de los cantuesos, la jara y el brezo, el señor de nuestras sierras. Este mayo que ha dejado miradas implorando misericordia, manos atravesadas por clavos que se tendían llamando, derrotas, triunfos y repiques de campanas que han tocado a fiestas resucitadas por la vida.
Este mayo que escribe el pliego anual de gratitud que se despierta y levanta, porque el campo se desangra en amapolas. Este mayo en el que la espiga anda granándose para disponerse, en su inquietud, ir a la búsqueda de una custodia de Corpus, de flor, altar y romero. 
Este mayo que en sus inicios nos trae sabor a convocatoria antigua, a reunión de cabildo en el que se nombraban los cargos y oficios para el buen gobierno de la cofradía de la Santa Vera Cruz. 
Porque tras cerrar los nombramientos y acuerdos asentados en el libro del mayordomo, tras haber hecho señal de campana, en el Día de la Cruz, como era costumbre, fiesta de alta estima y observancia, se colocaban y adornaban altares en los portales, en los zaguanes y alcobas de la casas para recordar, en plena Pascua Florida, que del madero seco había florecido la Vida. El pueblo así lo proclamaba y rezaba “Vete de aquí Satanás, que de mí no sacas ná, porque en el día de la Cruz dije mil veces Jesús, Jesús, Jesús”.
Acordando también disponer prácticas, ritos y devociones a lo largo del año en los que las faenas, los rezos y las diversiones de aquellos hermanos de luz, de espalda y de sangre asumían con devoción, para que no se perdiese la memoria, el culto y las reglas legados por cuantos les habían precedido. 

PAZ Y BIEN EN EL SEÑOR

Señor cura párroco de San Gregorio Ostiense y director espiritual de la Cofradía de la Vera Cruz, señor cura párroco de San Pedro Apóstol, señor Hermano Mayor, Junta de Gobierno, antiguos Hermanos Mayores, primeros costaleros, Hermanos Mayores y representantes de las cofradías y hermandades de penitencia, y hermanos de la Cofradía de la Vera Cruz. Amigas y amigos. A todos un saludo de Paz y Bien en el Señor.
Sean mis primeras palabras para agradecer la invitación que me habéis hecho a este emotivo acto, a esta efeméride del XXV aniversario de la primera estación de penitencia. 
La Vera Cruz se ha distinguido desde sus orígenes, como señalé en aquel vuestro primer Pregón que proclamé en este templo, el 6 de abril de 1990, por su sentido penitencial, de oración, austeridad y silencio. 
Deseo también que mis palabras sean de oración, afecto y recuerdo para los hermanos que ya no están entre nosotros, que se marcharon para encontrarse con el Padre, y que esta noche resucitan en nuestros corazones. Especialmente para don Pedro Gragera Gómez, primer párroco de San Gregorio y primer director espiritual de esta cofradía, y Francisco del Viejo Trejo, Paquito del Viejo que está en los cielos, hermano mayor de su primera estación de penitencia.
Permitidme que ahora, en este pasaje de esta efeméride, acuda a Ella. Por la blanca pasión que le profeso. Por su amor en la mirada. Guía y norte en el océano de las tinieblas que alumbran los destinos. Servicio y hermosura. Alegría en las tristezas. Luz que abarca el retablo de su belleza. Madre gloriosa, claro amanecer y primera aurora. Puerta del cielo, bendita seas. Gozo en mi vida. Almíbar de la esperanza. Por ti siempre rezo para soñar tu sueño. Santa María de Barbaño, hondo latido de resurrección, protégenos. 

MISERICORDIA, DIOS MÍO

He aquí la ambrosía del diario cincelado en la memoria y los recuerdos bajo una emoción antigua cargada de sobriedad y penitencia, casi diríamos, con atrevimiento, lujo ascético, que nos adentra en la madrugada, en la que aquellos hermanos, a raíz de la Contrarreforma, se congregaban en busca de la penitencia y disciplina,  bajo el carisma de los conventos cercanos de los hijos de San Francisco de Asís, que proclamaban en sus sermones penitenciales, antes de que el Santo Crucifijo saliese del templo, esta exigencia: “Hermanos, nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de Nuestro Señor; en él está nuestra salvación, vida y resurrección, Él nos ha salvado y libertado” (Ga. 6,14).
Salta la memoria bajo siglos revividos. Suena una campanilla. Nace la madrugada. El silencio se muestra sin pudor. Ya es Viernes Santo. Es tiempo sagrado. Habita la contemplación. El ajuar está concebido por la austeridad, como si todo fuese roca desnuda e intacta de Monte Calvario. “Aprended a estaros vacíos de todas las cosas, y veréis como yo soy Dios” (San Juan de la Cruz).
Impresiona su imagen que nos evoca el lugar que un día presidiera; donde están los nuestros, lo más queridos, los más recordados. Los costaleros levantan la cruz y el cuerpo del Cristo de las Misericordias. Hombros bien dispuestos, valiente el gesto que recuerdan otros tiempos, en el que cargaban con el fenecido cuerpo del cofrade-hermano, en caritativa labor hasta conducirlo a la sepultura, no olvidando con ello la piadosa intención originaria de enterrar honradamente a los hermanos, disponiendo así los capítulos que miran a la vida, el sacramento de ese nacer-vivir-morir-resucitar que somos. 

Avanza la madrugada. Una sábana blanca ilumina la penumbra. Se mueve como las velas agitadas por el viento de un galeón en el océano, en la que entrevemos el verso barroco quevediano “En el hoy y mañana y ayer, juntos pañales y mortaja” (¡Ah de la vida! Francisco de Quevedo).
Suenan las horquillas de los costaleros. Hay lágrimas en las esquinas. El tiempo se sucede. La esencia del ser está en el existir. Dios es la luz de ese ser.
¿Cabe mayor y alta exigencia? Desde los adentros, por los laberintos de la memoria, a trazo de gubia, rezamos su humanísimo Credo. Aquí está el encuentro de Dios con el hombre, entre la cruz y la muerte que le aguardaba desde que se cerraron las puertas del paraíso, que nos lleva a pregonar sin titubeos “Nosotros predicamos a un Mesías crucificado, escándalo para unos y locura para otros” (I Cor. 1, 23-25).
Suena de nuevo la campanilla. Este es el “Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. Certeza y sentimiento. Gotea la cera quemando sus reflejos. Pasa un tiempo sin tiempo. Las capas y las túnicas recién planchadas son el hábito de la solemnidad, de la penitencia y el recogimiento. 
El cortejo se detiene. En esta sociedad nuestra de tantos ruidos, mientras muchos se divierten o duermen, para otros es la hora de las confidencias. La hora de la plenitud. “Sí esto hacen con el leño verde ¿qué  harán con el seco?” (Lc. 23, 31). 

Palabra a palabra, hasta siete, desde la cruz. La cruz. El lugar de la muerte de Dios. Habla Dios. “Perdónalos, no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34). Siempre el perdón infinito, “Estarás hoy conmigo en el paraíso“(Lc. 23, 43). En medio de la oscuridad del Calvario una espada atraviesa el corazón de una madre: “Vosotros, los que ahora pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor cómo el mío” (Lam. 1,12).
El martirio, la fiebre, el agotamiento, la desnudez y su condición humana lo llevan a la desesperación, a la consumación y a la entrega más absoluta. Así es la madrugada de Dios con nosotros. 
El dolor de la memoria habita en la hora en la que desesperan las vigilias. La Vera Cruz entra en el convento de las clarisas. Atmósfera serena sólo perturbada por el leve sonido en el desahogo al pasar las páginas de la Liturgia de las Horas. Brota el salmo penitencial más intenso, como un canto estremecedor, “Miserere mei, Deus”. El canto del pecado y del perdón, la meditación más profunda sobre la culpa y su gracia. “Misericordia, Dios mío” (Sal. 50). Un suspiro lleno de arrepentimiento y de esperanza dirigido a la bondad de Dios. Porque aunque sea grande nuestra miseria, mayor es su misericordia.
Y así cruzas la madrugada, Santísimo Cristo de las Misericordias, latiendo en ternura, pidiéndonos tan sólo que desenclavemos tus benditas manos entre el hierro y la madera.

En tu cruz, contigo quiero estar;
pues tu dolor anhelo compartir
abrazado al árbol sufrir,
para el eterno cielo alcanzar.
En tu cruz, contigo, quiero estar;
tomarla y seguirte hasta morir,
que no otra cosa es vivir
ni a la Vera Cruz amar

Francisco Berjano Arenado
(Pregón Semana Santa de Sevilla 2014)

VEINTICINCO AÑOS

Evoco la solemnidad de aquel primer momento, de aquella primera salida penitencial. “Santísimo Cristo de las Misericordias, ya están dispuestos los hombros de los costaleros, la cera y el recorrido. La cruz de la salvación recorrerá Montijo. La emoción está preparada. Alégrate parroquia de San Gregorio Ostiense, tus puertas girarán para dar salida a la Santa Cruz, al Santo Crucifijo que anuncia la gran fiesta de la luz, de la esperanza, de la salvación, de la vida nueva”. 

Era 13 de abril, y en su madrugada, la Vera Cruz comenzó así su Génesis dictado por Dios, bajo la sinfonía del silencio. Pues todo se resume en una sola palabra: “Hágase”. Y así fue. Y así es: “Bajo el árbol del Calvario, aquí nos erigimos”.

Han pasado veinticinco años y sigues aquí, Cristo de las Misericordias. Aquí sigues hablándonos desde el Evangelio: “de los abrazos esenciales y fraternos, de la entrega generosa… del pan para el hambriento, de agua para el sediento, bálsamo en la herida, del brazo donde se apoya el caído, vida en la enfermedad, consuelo al necesitado, a los refugiados y a los sin techo. A los inmigrantes cosidos en la cruz de las vallas, las alambradas y en las pateras”. 

Porque ésta y no otra es la teología del corazón de un cristiano, de un hermano de la Vera Cruz, “Estar, en actitud de servicio, junto al que sufre, junto al abandonado y al que siente en sus entrañas la espina oxidada y lacerante de la desesperación”.

Te pedimos Cristo de las Misericordias, te suplicamos que sigas siendo luz y guía en nuestras vidas. Que ofrezcamos los más honrados testimonios y ejemplos. Que permanezcamos en Ti, para que podamos sentir la luz de la entrega. Que abramos casa y corazón a la alegría de vivir, porque en nuestra debilidad, necesitamos aún seguir buscándote, sabiendo “Que una palabra tuya bastará para sanarnos” (Lc. 23, 28).

CON LA LUZ DE LA RESURRECCIÓN

Y en la mañana más luminosa, entre la confusión y las dudas,  como los de Emaús, todavía cabizbajos, Ella, nuevamente Ella, junto al silencio de la reja de la luz y el tiempo, nos adentra en la vida más deseada: “Mi Hijo es la resurrección y la vida. El que cree en Él, aunque muera, vivirá; y el que vive y cree en él, no morirá jamás” (Jn 11, 25-26). 

Una expresión de gloria se alza por cima de todo. La noticia corre. ¡Regresa, ha vuelto! Aquel que en unas bodas supo convertir el agua en vino, echó afuera los demonios, logró que anduvieran los tullidos, multiplicó los panes, los peces, y nos inundó de amor. 

¡Ay, locura de amor! que en “este saber no sabiendo/es de tan alto poder/ que los sabios arguyendo/jamás le pueden vencer” (San Juan de la Cruz. Glosas).

“Y así las cruces, la cera y las túnicas de los penitentes han florecido en aleluyas pascuales. Ventea por la corteza de la tierra el polvo de la alegría. Y baten sus alas de plata los ángeles de la esperanza que se habían quedado mudos en la sombra del Calvario. Los místicos sueñan despiertos poseídos por el duende de la certeza: “¡Cristo ha resucitado!” (Antonio Bellido Almeida. Pregón de la Alegría. Iglesia en Camino, número 1028. 12/IV/2015, p. 2).

Santísimo Cristo de las Misericordias, aquí está tu pregonero. Cumplido está, salvo que mandes otra cosa, el servicio.

Aleluya, aleluya, aleluya. He dicho.



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